jueves, 21 de julio de 2011


Llegaste como un día cualquiera, pero esta vez con el temor de aquella carta que nos había distanciado, me miraste a los ojos como la primera vez que te descubrí. Yo no supe que hacer, pues todavía pesaba sobre mí la vergüenza y el dolor por el rechazo, solo conseguí posar mis ojos sobre los tuyos unos instantes intentando ocultar la pena y la desesperación que me invadían desde hacía tanto tiempo. Era inevitable, mi sonrisa se había borrado para siempre de mi rostro y por más esfuerzos que hice  no conseguí que volviera a aparecer…
Decidiste entrar en casa, ya habían pasado varios días y las cosas no podían seguir así. El sentimiento de culpa lo habías dejado a un lado y te armaste de valor, ese valor que habías perdido al conocer realmente mis sentimientos. Cerraste la puerta, con delicadeza tomaste mi barbilla con tus manos y sin decir absolutamente nada me besaste en los labios. De mis ojos comenzaron a brotar incesantemente aquellas lágrimas que ahogaron mi corazón durante los últimos días y tú, al percatarte de ello las borraste con tus dedos. Volviste a mirarme a los ojos y te alejaste en silencio

No hay comentarios:

Publicar un comentario